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Foto Dani Somoza

Callejero de Burgohondo

     Al adentrarnos en la historia, debemos empezar anotando que, a pesar de los diversos indicios que apuntan hacia uno u otro lado, no resulta fácil determinar el origen de las poblaciones que conformaron la vieja plaza fortificada de Burgohondo.

     Los antiguos pueblos celtas, los vettones, dejaron la herencia de su civilización en algunos castros cercanos. Sin duda llevaron a pastar sus ganados a las verdes laderas que se abren por doquier entre los peñascos de la sierra, entre las gargantas. Pero la cultura ganadera de aquellas primeras civilizaciones del Alberche apenas llega hasta el presente enmarcada en algunas tradiciones populares. Seguramente la más significativa sea la vaquilla de San Sebastián, a quien se edificó una ermita, que ya no queda, cuya fiesta reviste elementos del acervo cultural y antropológico de primer orden.

     También los romanos atravesaron los puertos naturales de Gredos con sus antiguas calzadas, pero no parece que les llegara a interesar este espacio intermedio como residencia, sino más bien como lugar de paso en busca de mejores campos para la excavación del mineral de los que le ofrecían estas viejas formaciones de granito berroqueño.

     Parece más probable asignar a los pueblos germánicos o visigodos la condición de primeros pobladores estables del valle, aglomerados con los llamados mozárabes, que pudieron erigir algún tipo de eremitorio para algunos santones, que pervivieron incluso durante la dominación musulmana. Si damos por bueno que fue Alfonso VI quien fundara la abadía de Santa María entre 1085 y 1109, no resulta difícil concluir que lo hace sobre una base poblacional visigoda y mozárabe que, a pesar del control militar de los diversos reinos musulmanes, habrían permanecido más o menos aislados entre los peñascos en que se alzan los pueblos de la Tierra del Burgo. Ello explicaría el apremio del rey por instalar un centro de poder que fortaleciera el control cristiano sobre el territorio una vez dado el salto a Toledo en 1085.

Patrimonio monumental

     El monasterio de Santa María (siglo XII) ha llegado hasta la actualidad, recio, noble, austero, poblado de singulares historias y leyendas que jalonan su vida, casi nueve veces centenaria. Su construcción románica se completa con un claustro semiarruinado y una esbelta torre del siglo XVI, y se decora con numerosos escudos nobiliarios que colocan, sobre piedra o madera, sus numerosos benefactores. En otro tiempo, fueron abades insignes Juan Dávila y Arias, hermano de leche del príncipe Don Juan, primogénito de los Reyes Católicos, que yace junto a él en el monasterio de Santo Tomás de Ávila; Melchor Pérez de Arteaga; el cardenal Gabriel Trejo y Paniagua o el obispo Diego de Arce y Reinoso, entre otros. El propio Lorenzo de Cepeda, tío de Santa Teresa, es prior en Burgohondo en tiempos del abad Don Juan.

     Junto a éstos, en Burgohondo se dan cita una larga lista de personajes que hicieron de este cenobio un centro de poder ciertamente notable, favorecido por los reyes de Castilla, muy singularmente por Alfonso VI, pero también por Sancho IV, Alfonso X, los Reyes Católicos, Felipe II y Felipe III, entre otros. También los papas, como Alejandro VI, León X o Pío IV, concedieron en numerosas ocasiones mercedes y privilegios a los moradores del monasterio,  para confirmar su jurisdicción sobre las localidades del entorno.

     En el siglo XIV, la jurisdicción de la Abadía llega a su máxima expresión, con el cobro de los diezmos de la mayoría de los pueblos de la Sierra de Gredos, desde Cebreros, El Barraco y El Tiemblo, hasta Piedrahíta, pasando por Mombeltrán, Piedralaves o La Adrada, donde se atiende el culto a la Virgen de la Yedra, venerada desde antiguo en Burgohondo, en cuyo solar se apareció, según cuenta la leyenda, cerca de la garganta que toma su nombre. Con el tiempo también construirán las iglesias de buena parte de los pueblos que hoy lo rodean, y en los que nombran párrocos y capellanes hasta el siglo XIX: Navaluenga, Navarredondilla, Navalacruz, Navatalgordo, Navaquesera, Navalosa, Hoyocasero, Navarrevisca; así como en los desaparecidos de Navalvao o Los Santos, entre otros.

     El Concejo del Burgo en el siglo XIII, es sin duda el hecho más significativo que determina el destino de Burgohondo y su comarca. Tuvo lugar en 1275 con ocasión de la concesión del privilegio de heredamiento que dio origen a la erección del Concejo del Burgo en el alfoz de la ciudad y Tierra de Ávila.

     El sábado día 1 de junio de 1275, los abulenses Don Fortún Aliam, Don Yañego y Don Mateos visitan la aldea del Burgo del Fondo en nombre del rey Alfonso X. Los tres caballeros encontraron un pueblo lleno de pinares y de gran montaña, sin posibilidad de espacios para labrar y, de acuerdo a las disposiciones del rey, otorgaron a los omes buenos de aquel lugar una carta y privilegio de heredamiento en el término de la ciudad de Ávila, sobre los lugares de Navamuñoz, Navalosa, Navatalgordo, Navalvao, Navasantamaría, Navaluenga, Valdebruna, Navasalmillán, Navandrinal y las Emillyzas. Estas primeras aldeas constituyen el territorio original del Concejo del Burgo, cuya jurisdicción confirmarán los sucesivos reyes castellanos.

     La capital del Concejo se establece en la población que ha surgido en torno a la propia Abadía de Santa María, por lo que, en un mismo espacio, conviven, no sin cierta dificultad, una institución civil, el Concejo y Universidad de la Tierra del Burgo, y otra eclesiástica, de patronazgo regio, la Real Colegiata de Santa María. El Concejo del Burgo ha llegado a nosotros en forma de un vasto territorio que hoy ocupan las nueve navas, cuya resonancia tiene su eco en los escudos constitucionales de algunos de sus antiguos lugares, como el de Hoyocasero y el del propio Burgohondo, en forma de nueve roeles, en un acertado intento de consolidar una cierta unidad que, tal vez nunca debió romperse.

     También queda en pie el edificio del archivo del Concejo, del siglo XIII, de factura gótica y arcos apuntados, casi olvidado entre las casas del barrio de San Roque. Han llegado hasta nosotros las actas de sus deliberaciones. No hace mucho, se descubrió en una de ellas, concretamente de la reunión del Concejo del 19 de febrero de 1542, la petición que Alonso Herrandes dirige a la propia Institución, congregada en las casas que tenía por costumbre. Este vecino de Navaluenga, en nombre de los moradores de su pueblo, solicita permiso para construir un puente sobre el río Alberche y cierto terreno para conseguir las rentas necesarias para erigirlo. Todavía se conserva el magnífico puente que corta desde entonces las aguas del río a la altura de la vecina Navaluenga, como también otras muchas obras que se fueron constituyendo mediante la intervención, más o menos directa, de los omnes buenos de este Concejo.

     El Ayuntamiento actual fue levantado a mediados del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, cuando ya se había consumado la segregación de los diferentes lugares del Concejo.

     Junto a las nobles construcciones de Burgohondo, no debemos olvidar la fascinante sinagoga medieval (siglo XV), hoy tornada ermita de la Vera Cruz, o de los Judíos, que conserva la memoria de los hijos del pueblo de Israel que convivieron durante siglos con las poblaciones autóctonas del Valle del Alberche. Su presencia nos habla de una cierta riqueza y de un desarrollo más o menos importante en torno a la poderosa Abadía de Santa María.

     Junto a la ermita de San Roque, se reparten por el pueblo otras construcciones nobles, blasonadas con escudos familiares, que se entremezclan con las viviendas tradicionales de la sierra en cuya construcción también se prefiere la piedra berroqueña.